Las arenas cantarinas by Josephine Tey

Las arenas cantarinas by Josephine Tey

autor:Josephine Tey [Tey, Josephine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 9

Pero cuando se fue a dormir esa noche lo pensó. No como una posibilidad sino por el mero hecho de especular. ¿Cómo sería retirarse, retirarse mientras aún era lo bastante joven para empezar algo nuevo? Y si empezaba algo nuevo, ¿qué sería? ¿Una granja ovejera, como Tommy? Esa sería una vida agradable. Pero ¿estaría satisfecho con una vida anclada únicamente al campo? Lo dudaba. Y si no era eso, ¿qué más podía hacer?

Se entretuvo con aquel bonito juguete nuevo hasta quedarse dormido y lo llevó consigo al río a la mañana siguiente. Uno de los aspectos más gratificantes del juego era pensar en la cara que pondría Bryce cuando leyera su carta de renuncia. Este no solo andaría corto de personal durante una o dos semanas, sino que perdería para siempre a su subordinado más valioso. Era una idea espléndida.

Pescó en su pozo favorito bajo el puente colgante y entretanto mantuvo una deliciosa conversación imaginaria con Bryce. Pues, por supuesto, habría una larga conversación. Se concedería el inefable placer de dejar la carta sobre su escritorio, delante de sus narices. Lo haría él personalmente. Mantendrían una agradable charla y después saldría a la calle siendo un hombre libre.

Pero libre ¿para qué?

Para ser él mismo sin estar a la entera disposición de nadie.

Para hacer las cosas que siempre había querido hacer y nunca había tenido tiempo. Para navegar en embarcaciones pequeñas, por ejemplo.

Quizá para casarse.

Sí, para casarse. Sin trabajar dispondría de tiempo más que suficiente para compartir su vida con alguien. Tiempo para amar y ser amado.

Durante una hora más, sus divagaciones lo hicieron feliz.

Hacia el mediodía se dio cuenta de que no estaba solo. Miró hacia arriba y vio que un hombre se había detenido en el puente y lo estaba observando. Se encontraba a pocos metros de la orilla y, puesto que el puente no se tambaleaba, quizá llevaba un rato allí. Era un puente pequeño de alambre y madera, una estructura tan ligera que incluso el viento era capaz de moverla. Agradeció que el desconocido no hubiera irrumpido de repente espantando a todos los peces de los alrededores y lo saludó a modo de aprobación.

—¿Se llama usted Grant?, —preguntó el hombre.

Tras semanas de circunloquios rodeado de personas tan enrevesadas que carecían de una palabra para decir no, le resultó agradable que alguien le hiciera una pregunta directa, sin más, en inglés.

—Sí —respondió, y dudó unos instantes.

Por su acento parecía que era norteamericano.

—¿Es usted quien puso ese anuncio en el periódico?

Esta vez ya no hubo ninguna duda acerca de su nacionalidad.

—Sí.

El hombre apartó un poco más el sombrero hacia atrás y dijo en tono resignado:

—Ah, bueno. Supongo que también yo estoy un poco loco, o de lo contrario no habría venido.

Grant empezó a recoger el sedal.

—¿Quiere bajar, señor…?

El hombre salió del puente y descendió hacia la orilla.

Era joven, de aspecto agradable e iba bien vestido.

—Me llamo Cullen —dijo—. Tad Cullen. Soy piloto de transporte. Vuelo para ACOSA. Ya sabe, las Aerolíneas Comerciales de Oriente Sociedad Anónima.

Se decía que lo único que hacía falta para volar con ACOSA era una licencia y no tener la lepra.



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